Capítulo XIII | “Eres débil de carácter”

Hoy, alguien me dijo que soy débil de carácter. Me lo mencionó de forma espontánea, como si fuera un comentario sutil, y lo peor de todo es que no dije nada y obviamente dramaticé con la idea porque reconocí que era totalmente cierto. Esto me hizo reflexionar mucho y estuve analizándome por el resto del día dirigiendo mis pensamiento inmediatamente a la infancia.

Desde que tengo uso de razón, siempre fui una persona muy querida y cuidada por mi familia, mi madre a quien adoro, joven e inexperta me tuvo a la edad de 23 años. Ella tuvo malas experiencias al concebir hijos, de hecho tuvo varios abortos espontáneos a causa de un parásito común en los gatos: el toxoplasma gondii que causa la toxoplasmosis, éste le mataba los fetos recién fecundados, ahí dentro donde crecen los bebés.

No puedo imaginar la frustración y el anhelo hambriento de mis padres por tener un primer bebé luego de cuatro pérdidas, por ser primerizos en todo aspecto; ellos venían planificándolo con tantos desaciertos que tuvieron que llevar un riguroso método de concepción con un especialista. Al final lograron superar sus temores, pues nací yo. Ahora solo visualicen lo enamorados que quedaron al verme por primera vez en sus brazos. Con decirles que mi padre, al enterarse que tenía un varón, festejó mi nacimiento por tres días consecutivos fiel a la cerveza de antaño y a las reuniones con sus amigos bacanudos, allá en alguna parte de mi lindo Huánuco.

Nací prematuro y con algunas complicaciones, no tenía uñas ni piel en las axilas; con el paso de los días, no lactaba, mucho menos lloraba, solo dormía y rara vez hacía bulla. Mi madre extrañada lo comentó a su hermana mayor, quien es enfermera y ésta de un grito alertante la mandó a una evaluación médica ya que asumió que no era normal. Desagradable fue la sorpresa al enterarse que no respiraba como debía y que andaba muriendo. Mi madre, cual Magdalena, le rezaba a su santa madre (quien nunca conoció pues falleció cuando ella tenía dos años) para que me salvara; no quería que yo sea el quinto hijo en perder. Así que al no dar con un diagnóstico preciso y en un acto desesperado me bautizaron para recibir la bendición del creador. Estaba débil, mi madre podía ver cómo cerraba mis ojos mientras me golpeaba suavemente en las mejillas. La abuela con el padre de la iglesia llegaron a darme los santos óleos pues moría y lo hacía lentamente…

A pesar de todo este triste y emotivo suceso, ocurrió un milagro: mejoré; luego, todo fue superado y crecí. Mi madre siempre me enfatizó lo mimado e inquieto que fui de pequeño, no me despegaba de ella ni un solo momento, me había mal acostumbrado. La acompañaba a todas partes; incluso me llevaba a sus clases de la universidad porque lloraba si no estaba con ella (mi bendecida tranquilidad), ¡vaya joyita!. A pesar de ser un niño latoso y engreído, tuve una niñez sumamente feliz, pues tenía todo y si no lo tenía, lo pedía y me lo daban. Eso no fue bueno, supongo que no llegué a valorar las cosas como se debían.

En mi adolescencia fui tímido, muy tímido, casi casi introvertido. No sé en qué momento me apagué, toda esa inquietud de pequeño se había ido. Supongo que crecí y empecé a enfrentar responsabilidades, a lidiar con problemas de adolescencia, me di cuenta que mamá no estaría ahí conmigo resolviendo mis dificultades. No había formado un temple para enfrentar la vida de grande. Reconocí que no tener una figura paterna bien marcada tampoco ayudó a formarme con una personalidad osada pues la interacción con mi padre, para ser honesto, fue pobre.

Entré en depresión muy joven y nunca pude hablarlo con alguien ya que sabía que no todo giraba entorno a mí, debía mirar más allá de mi ombligo y agradecer que al menos tenía una familia mientras había gente muriendo en algún lado del mundo.

Después de haber sufrido estas etapas depresivas en el colegio por no aceptarme y quererme como era, me convertí en alguien resentido, me fastidiaba todo: la gente de mi colegio, los profesores homofóbicos (alguno de ellos hipócritas con el tema), me creía más que los demás, tenía aires de superioridad, una especie de mecanismo de defensa que utilizaba como escudo. Y cuando al fin pude tener una enamorada en el colegio, algo pasó que terminó conmigo a los días. Me sentía un fiasco, literalmente.

En la universidad, al ser callado y reservado, nunca pude socializar y hacer muchos amigos. Siempre tuve una cantidad limitada de ellos, no me consideraba competitivo a pesar de ser una persona responsable y eso también me angustiaba, no me la creía en todos los aspectos.

Por ser tímido, siempre he callado las cosas. Muchas veces me he angustiado con el reaccionar de la gente, con el “¿qué pensarán de mí?”, a veces asumo que decir “NO” me traerá problemas, enemistades. He estado equivocado, demasiado. Supongo que aún conservo algunos complejos. No siempre tengo que caer bien a las personas. Seguramente por eso cuando me topo con alguien altanero, pienso que en el pasado, de repente, sintió mucha tristeza como yo, entonces solo observo. Debo ser muy autocrítico pero siempre asumiré que fui sobreprotegido, eso no me permitió ser libre y viví en una burbuja, con complejos, pero eran comprensibles las razones por toda mi historia previa.

Hoy me dijeron que soy débil de carácter y pues, todo eso pensé.

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